Tengo deseos de ser más, más que un ser humano regido por indudables acontecimientos que se suceden uno detrás del otro, me duele reconocer que a golpes sintéticos, a pantallazos maniqueos o a estupidas dicotomías resecas no puedo abrirme paso por la escalera que podría cambiarlo todo.
Con lo cual así andábamos por la orilla izquierda sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Se que estuve un tiempo viviendo de prestada, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven, esa tarde todo anduvo mal, entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriado, hasta que me canse de no estar cansada y nos metímos en un café y de golpe, entre dos medialunas, te conte un gran pedazo de mi vida.
¿Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero?, un estrella con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Mas tarde te creí, mas tarde hubo razones, pero... da lo mismo, estabas bastante orgulloso de ser un vago consciente por debajo de lunas y lunas, de incontables peripecia, donde Tatiana y Julio y Manuel, y la plaza y las calles y mis enfermedades morales y otras piorreas y el perro negro y el hambre a veces y el viejo colchon que me sacaba de apuros, por debajo de noches vomitadas de música y tabaco y vilezas menudas, y trueques de todo genero, bien por debajo o por encima de todo eso. Y mira que apenas nos conocíamos y la vida hundía lo necesario para desencontrarnos lo suficiente. Como no sabias disimular me di cuenta en seguida que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos. Me hartabas con tu manía de perfección, con tus vaqueros rotos, con tu negativa de aceptar lo aceptable. En esos días íbamos a los cines, tocábamos las esquinas con un material infinito desde nuestras espaldas y codos, bebíamos cafés con unos jugos vegetales que no sabíamos bien si eran la mezcla sintéticamente artificial de algún producto de estantería; o donde a veces a medianoche recurríamos a las flores amarillas o cualquier otra etiqueta igualmente podrida, pero sabiendo que ahí el cielo valía mas que la tierra. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa. No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo apegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo.
Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de Igancio, nos queríamos en una dialéctica del imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared. Supongo que él se estaba haciendo ilusiones sobre mi, debía creer que estaba curada de prejuicios o que me estaba pasando los suyos, siempre más livianos y poéticos...
Ignacio no sabia que mis besos eran como ojos que comenzaban ha abrirse mas allá de él, y que yo andaba como salida, volcada en otra figura del mundo. En esas horas de y cincuenta y tanto empecé a sentirme como acorralada entre Ignacio y una noción diferente de lo que hubiera tenido que ocurrir. Era idiota sublevarse contra el mundoigneo, cuando todo me decía que apenas recobrara la independencia dejaría de sentirme libre. Hipócrita como pocas, me molestaba un defasaje a la altura de mi piel, de mis piernas, de mi manera de gozar con él; pero no, lo que verdaderamente me exasperaba es saber que nunca volvería a estar tan cerca de mi libertad como en estos días en que me sentía acorralada por su mundo, y que la ansiedad por liberarme era una admisión de derrota. ¿Por qué no aceptar lo que estaba ocurriendo sin pretender explicarlo, sin sentar las nociones del orden y de desorden?. Tal vez fuera necesario caer en lo más profundo de la estupidez. Y si estoy con otros hombres, ¿Por que no te lo iría a decir?. Desde que te conocí no he tenido otro amante que vos. No me importa si lo digo mal y te hacen reír mis palabras. Yo hablo como puedo, no sé decir lo que siento. ¿Por que me haces sufrir, bobo?. Ya sé que estas cansado, que no me queres mas. Nunca me quisiste, era otra cosa, una manera de soñar. Ándate, Ignacio, no tenes por que quedarte. A mí ya me ha pasado tantas veces.
Ojala te quedaras un poco ciego; pero yo se que vos no tenes porque preocuparte, porque sabes que andamos los dos enredados en los tobillos del otro, es incomodo y antiestético. Vos no serás lo suficientemente ciego, querido, pero sabes bien que el nervio óptico te alcanza para ver que yo me voy a arreglar perfectamente sola. Y eso me da miedo Ignacio, más cuando entornas tus ojos verdes de una hermosura maligna. Tal vez el amor fuera el enriquecimiento más alto, un dador de ser; pero sólo mal logrado se podía evitar su efecto boomerang, dejarlo correr al olvido y sostenerse, otra vez solo, en ese nuevo peldaño de realidad abierta y porosa. Realmente espero que me mates, y que esa muerte sea de Fénix. Ahora creo que la única posibilidad de un encuentro esta en que vos me mates en el amor donde yo podría conseguir encontrarme con vos, en el cielo de los cuartos de hotel nos enfrentamos iguales y desnudos y allí podría consumarse la resurrección del Fénix después que vos me hubieras estrangulado deliciosamente, dejándome caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándome extático como si empezaras a reconocerme, a hacerme de verdad tuya, a traerme a tu lado.
viernes, 1 de mayo de 2009
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